El nombre con el que hoy conocemos la ciudad es el que le dieron los griegos: Petra (piedra). Su nombre original era Rqm o Reqem, y fue la capital del antiguo reino nabateo.
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Historia de Petra
La región estuvo ocupada estacionalmente desde el Paleolítico, pero no es hasta la llegada del pueblo nabateo que la ciudad cobra importancia. No se sabe a ciencia cierta la procedencia de esta tribu, pero todo indica a algún lugar de la Península Arábiga.
En torno al año 300 a.C. el historiador griego Diodoro describe a los nabateos como un pueblo aún nómada. Ya en el siglo I a.C. Estrabón habla de Petra como una importante ciudad caravanera gobernada por reyes (desde el siglo II a.C.), con abundantes rebaños y tierras de cultivo. Detalla espléndidos jardines en pleno desierto, y es que los nabateos fueron auténticos maestros en ingeniería hidráulica: transportaban el agua y la almacenaban en cisternas; además construyeron canales para proteger la ciudad de las inundaciones (muy comunes en la zona). Aún quedan vestigios bien visibles que muestran el avanzado conocimiento hidráulico de los antiguos habitantes de Petra.
El período comprendido entre el siglo I a.C. y el I d.C. coincide con la época de máximo esplendor de Petra, hasta la inclusión del reino nabateo en la provincia romana de Arabia, en el año 106 d.C. por Trajano (antes de la incorporación al Imperio, hacía años que el de los nabateos era un reino clientelar de Roma). Es en este período cuando se construyeron la mayoría de monumentos de la ciudad. Se calcula que la urbe tenía en aquella época una población media en torno a los 30.000 habitantes, a los que habría que sumar los viajeros.
La antigua Petra fue un importante centro comercial fruto de las rutas caravaneras de la antigüedad, que incluyeron la ciudad-oasis en sus itinerarios. Esa riqueza se hace evidente en el número, tamaño y detalle de las tumbas y templos que quedan en pie. A partir de la anexión al Imperio Romano, comienza el lento declive de la ciudad al modificarse lentamente las rutas comerciales, que a partir de ese momento pasarían por Palmira (actual Siria).
En el año 363 d.C. tuvo lugar un destacado terremoto que destruyó gran parte de la ciudad. Hubo otro de gran magnitud en el año 551 d.C. Estos dos terremotos (además de las periódicas lluvias torrenciales) son el motivo por el que casi todos los restos que se conservan son los que se excavaron en la roca; quedan muy pocos vestigios en pie de templos o viviendas.
Tras la conquista musulmana, la ciudad de Petra es totalmente abandonada a comienzos del siglo XII d.C. La última referencia conocida de Petra se tiene en el 1276, cuando un sultán mameluco atravesó la ciudad.
El redescubrimiento de Petra
Petra permaneció oculta al mundo durante varios siglos hasta que los árabes beduinos volvieron a ocupar la ciudad, utilizando sus tumbas como refugio. Los beduinos mantuvieron en secreto, al menos en la medida de lo posible, la ubicación de Petra.
Para el resto del mundo, la ciudad permaneció en el olvido hasta que en 1812 un explorador suizo (Johan Ludwig Burckhardt), mientras recorría Jordania, escuchó hablar de una misteriosa ciudad perdida que permanecía oculta, rodeada por montañas.
Por aquel entonces, los viajeros occidentales no eran precisamente bien recibidos en las regiones musulmanas, es más, en muchos casos su vida corría peligro. Por ello, Burckhardt se había preparado a fondo: estudió árabe, las costumbres musulmanas, el Corán y pasó años viajando por Oriente Próximo haciéndose pasar por árabe. Casi nada…
Para llegar a Petra fingió haber prometido hacer un sacrificio en honor de Aarón (hermano de Moisés), cuya supuesta tumba debería estar cerca del enigmático lugar del que había oído hablar. Contrató un guía, ¡que pagó con dos viejas herraduras!, y con él atravesó un estrecho desfiladero oculto, en el que había nichos y vestigios de un pavimento de piedra. Este desfiladero es el Siq, al final del cual esperaba la antigua ciudad, Petra. Habían pasado muchos siglos desde que un occidental se deleitara con el Khazneh (el Tesoro), seguramente el monumento más bonito del sitio.
Burckhardt y su guía recorrieron la ciudad y se ve que el primero no pudo ocultar su entusiasmo. Su actitud despertó las sospechas del guía, el cual le acusó de ser un infiel en busca de gloria y tesoros… A duras penas Burckhardt consiguió convencerlo y salvar la vida.
La noticia del descubrimiento corrió como la pólvora y cada vez hubo más viajeros que decidieron afrontar el peligro y la hostilidad beduina. Gracias a los dioses nabateos, hoy en día las cosas han cambiado: podemos visitar y disfrutar de este imponente legado de la antigüedad, un lugar muy especial que, creernos, hay que visitar al menos una vez en la vida.